domingo, 10 de enero de 2016

El Programador


¿Nunca se han cuestionado por qué a veces las cosas que encontramos a nuestro alrededor no tienen sentido?¿ Que ese edificio no tiene por qué tener una puerta en la fachada del tercer piso? ¿Que esa persona definitivamente no debería estar ahí? ¿Que por qué diablos se ha vestido tan mal? ¿Por qué hay zancudos en mi cuarto en pleno invierno? ¿Nunca les han pasado cosas así?

A mí si. He visto escenas muy raras. Como cuando, caminando por una zona de San Isidro que no conozco, aparece un pequeño local con una pequeña puerta verde cuya entrada es en desnivel, unos tres escalones más abajo.  Fijándome bien veo que  venden útiles escolares y sacan fotocopias; sobre esta misma tienda se extiende un altillo, y sobre este veo dos sillas de peluquero antiguas frente a un espejo que ocupa toda la pared. Una librería y una peluquería compartían un mismo espacio, mínimo, chiquitito. O como que, mientras caminaba alrededor del Golf, se detiene frente a mí una camioneta negra de lunas polarizadas y me puse muy nervioso, pensando que iba a ser inminentemente secuestrado al paso, considerando que es una zona donde esto es común,hasta que vi, desde unos 3 metros de distancia, un gran sticker de Hello Kitty del tamaño de mi laptop, pegado sobre la guantera.

Hello Kitty

Les digo la verdad. Esas cosas no deberían estar ahí, o no deberían ser así. Son errores.

Errores del Programador.

La verdad es que existe un individuo sentado en un escritorio, en un cuartito chiquito sin ventanas ni adornos, con la luz apagada y la pantalla de una iMac iluminándole la cara y reflejando en sus anteojos, con una taza de café frío y un cenicero lleno de colillas de Pall Mall, tipeando en código C++ el mundo virtual que yo estoy viviendo. Él es El Programador. No sé si será humano, si será un alien, si será un dios, o Adán el primer hombre. Tampoco sé si solo me tiene asignado a mí, o si también programa la realidad de otras personas. No sé si trabaja para un jefe. Quizás son miles de programadores, uno para cada uno de nosotros, o uno para cada casa, calle, o ciudad, o quizás es uno solo el que programa lo que todos vivimos (en cuyo caso sí sería -en la práctica- un dios que comete errores).

En nuestra ciudad hay lugares que conocemos, en los cuales habitamos, y lugares que no conocemos; todos los días, cada vez que entramos a un lugar previamente inexplorado, tenemos al redactor escribiendo nuevo código. Me lo imagino tipeando como loco, a la velocidad de la luz, cada hoja de cada árbol y cada gota en cada una de estas cada vez que damos la vuelta en un sendero selvático previamente desconocido. Ahora, si consideras la cantidad de texto que tiene que escribir para codificar una escena así, con tanto detalle, resulta un poco improbable. En la práctica, al diseñar lugares nuevos para nosotros, tira un par de planos de colores, un par de elementos resaltantes para que capten nuestra atención, y listo. Cada hoja de cada árbol de ese paisaje selvático que te hipnotizó no tiene una gota de lluvia; sólo tienen gotas las que te llamaron la atención (él aprovecha a la perfección el modelo de filtro de atención de Broadbent). Intenten recordar las cosas que estaban en el último escritorio que has visto. Probablemente recuerden dónde estaba el escritorio y de quien era, pero difícilmente vas a poder enumerar cada cosa en su superficie. Mientras más tiempo estamos en un lugar, él va completando su obra maestra, creando nuevos elementos para jalarnos el ojo, y de esa manera en nuestras mentes se completa la escena. Es por eso es que conocemos con tanto detalle nuestro hábitat natural (los cuadros de la sala, los árboles de tu cuadra, los huecos en la pista), pero solo superficialmente los lugares que son nuevos para nosotros; conocemos nuestro entorno a profundidad, en parte porque lo observamos todos los días, pero sobre todo porque cada vez El Programador le va sumando más detalles a su trabajo. Nunca deja de trabajar para llevar su obra a la perfección.

Y lo que pasa es que a veces noto ciertos glitches en la vida cotidiana; quizás en ese momento el redactor tipeó algo mal, o se le crasheo la computadora, o se le derramó el café frío sobre el frágil teclado Apple. Quizás pegó el código que correspondía en el archivo de otro de sus asignados en el mío, o se olvidó de algún ">" o ")" y se jodió todo. (Si diseñar en código una página web es complicado, imagínense el trámite que debe representar la construcción de un mundo 3D en HD).

Por esos errores es que me di cuenta de todo esto, y por esos errores es que les estoy escribiendo. Quiero que lean, entiendan, y dejen de ignorar. Es como en las películas de los hermanos Wachowski, sólo que acá no somos nosotros los que decidimos poder volar o rebotar en el suelo luego de una caída de 50 pisos. Los que deciden las propiedades el mundo real son ellos. Probablemente el mareo y malestar generado por el consumo excesivo de alcohol no sea por el alcohol en sí, sino por El Programador jugando con los parámetros de gravedad y balance de nuestra realidad.

Pero, ahora que me pongo a pensar, ya nada tiene sentido; si vivo en un mundo virtual, ¿alguien más comparte el mundo conmigo? Son ustedes lectores humanos que viven en las mismas condiciones que yo, o estoy escribiendo esto para el entretenimiento de mi Redactor asignado. Para ti. Tú planteaste esos errores para que yo los viera. ¿Programas lo de afuera, o también lo de adentro? ¿Sólo mi casa, mi pueblo, mi trabajo, mis amigos, mi familia, o también mi cuerpo? Cada pelo, cada resfriado, cada cicatriz. ¿Sólo lo que siente mi cuerpo, o acaso también lo que siente mi mente? ¿Estoy pensando lo que quieres que piense?

Lima, 2012-2016

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