domingo, 13 de marzo de 2011

χιονάτος


El último día del invierno, cuando se iba, Boreas, de un fuerte soplido helado, sacó al dios Zeus de una siesta profunda, quien despertó para ver frente a él a su sueño personificado en un último hijo, dormido y cansado, acostado de lado.

Le echó a ese mismo la culpa infundada de su reciente insomnia, acusándolo de robarle su somnolencia, y como castigo por tal atrevimiento, lo despojó de todo carácter divino.

Aburrido, olvidado, y desheredado de todos sus derechos olímpicos, sin nombre, y sin ninguna tarea que cumplir, se dedicó a dormir el sueño confiscado de su padre durante todo el verano. Estaba triste, pues le faltaba una madre, y yacía acurrucado en una nube esponjosa, alejada de todos (salvo de Hypnos, quien estaba orgulloso de las cualidades dormilonas del no-nombrado, por lo que lo nombró su ahijado favorito).

Seis meses inmóvil, triste en una esquina, descuidado por toda sirvienta divina, acumuló sobre él polvo, paja y mugre blanca en la cabellera que creció descontrolada desde su nacimiento, hasta que, el primer día de un nuevo invierno, volvió Boreas con su soplo eterno, y de frio se despertó el joven durmiente, sacudiendo su melena del blanco presente. Y de su pelo cayó a la tierra despacio, en el frío invernal, cubriendo todo espacio. La gente, ante el suceso no sabía qué hacer, resolviendo a sus casas entrar y desfallecer, triste ante el aislamiento y el realzado clima invernal.

Zeus, en el Olimpo, mirando hacia abajo, sorprendido por esa visión y por esa nueva invención, recordó no haber nombrado a su último hijo, y al ver la tristeza en la cara de los mortales, resolvió Quionatos nombrarlo ante tales.

1 comentario:

lo que quieras

Google