martes, 14 de diciembre de 2010

Plátano salvador

Ayer, antes de entrar a un tono de mi facultad, estaba con Joaquín y Rodrigo en Miraflores, Y con mucha hambre. Primero se nos antojaron unos tacos en el Bembos, pero a veces el bolsillo manda, por lo que decidimos optar por opciones más amigables. Me acordé de la existencia de Luz Verde, un bar a una cuadra de Ricardo Palma. Luego de pasar por el Sanguchón Campesino y pensar en una avalancha de adicionales y salsas que degustar (y un dolor de estómago brutal), continuamos hacía el local con luz fluorecente verde. Nos tragamos una causa rellena y un cerro de yuquitas fritas con bastante cebollita entre los tres, y terminamos bastante satisfechos. Ahora el problema emergente era el olor característico, comunmente denominado tufo, que se apropiaba de nuestros alientos y espantaba hasta a las moscas.

Salimos del local satisfechos, pero con un problema entre labios, y en la bodega del costado consultamos cual era el chicle más efectivo para solucionar nuestro problema. 

"Plátano"
"¿Qué?" preguntamos, con cara de "de que habla este tío".
"Plátano," volvió a repetir un señor que había estado parado escuchando lo que hablábamos mientras pagaba su cuenta. "Un plátano, o un chicle sabor a plátano, o lo que sea que tenga plátano."
"¿Me lo dice la experiencia?" pregunté.
Se rió, "sino porqué crees que te lo digo. Te esta hablando un antiguo empleado del ministerio público." 

Nos comimos uno entre los tres; me compré una Inca-Kola, y unos Clorets (por si las dudas).

Anda. Lo mejor de todo es que funciona. Perfectamente.

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