sábado, 25 de diciembre de 2010

Las aventuras de un cachimbo de medicina en el hospital.

Se supone que un estudiante de medicina de primer año no ve pacientes, pero tuve la suerte de ir al Hospital Nacional Cayetano Heredia -al tópico de cirugía-, en San Martín de Porres, durante las vacaciones de julio porque me metí a un curso de Cirugía Menor. Fui un par de días, pero vi algunas cosas que no me imaginé que vería. En orden de choque.


Primero. Estaba parado afuera del pabellón de Emergencias, tomando aire (o una gaseosita, creo), cuando llegó una mototaxi. Me acerqué a la ventana del copiloto y una mujer de unos treinta años me dijo, alterada -y no es para menos-, que su padre ya no se podía mover, desde esa mañana que se tomó "unas hierbas". Unas hierbas. En mi ingenua mente de cachimbo de Medicina ávido de casos dificilícimos como los de Dr. House empecé a imaginar cosas extrañas, a pensar en todas las posibles posibilidades remotas: "¿Y si las hierbas tenían algún parásito? ¿O algún metal pesado? ¿O algún pesticida?". El señor no tenía fuerza en las extremidades, a las justas podía pronunciar sonidos, y todo esto desde aproximadamente las doce del día, de un momento a otro. 

Le hicimos un par de exámenes prácticos neurológicos, tapándole un ojo y pidiéndole que siga mi dedo con la mirada. Había algo mal ahí. Aaaaaala que chévere, pensaba en mi cabeza; era mi primer problema neurológico, y era sólo para mi. El Emarrai (la resonancia magnética) era el siguiente paso. Demoró un poco. 

A eso de las 12 de la noche le tocó su turno al señor y lo llevé con Marcelo a que le saquen las placas respectivas. A los 5 minutos nos dieron un sobre grande con las imágenes. "Mira, manchitas negras". El señor había tenido un derrame cerebral. 


Ahora, subiendo de level. No me acuerdo exactamente si fue antes o después de 28 de julio, pero a las 2 de la mañana llegó una camioneta de la policía con una persona tirada (tal como cayó, como una cáscara de plátano) en la tolba. Olía a borracho hastalcuete. Tenía la cara completamente ensangrentada; parecía tener los orificios de los ojos cubiertos con una plastilina roja satinada. Su pelo estaba hecho una maraña de grasa, sangre, polvo, alcohol y sedimento de la pista. Su casaca, que creo era de cuero sintético o bluyín, estaba solidificada por las mismas sustancias; luego fue todo un trámite sacársela para limpiarle las heridas. 

El señor tenía un corte por encima de las cejas que iba de un lado al otro de la frente, y un corte en el cachete o debajo de la boca, no recuerdo bien. Luego de limpiarle la cara y ponerle el collarín y sacarle la ropa y asegurarnos de que no tuviera más cortes ni contusiones y de llamar a los cirujanos de maxilofacial, empezaron con la sutura. A nosotros nos dejaban suturar cosas sencillas (acabábamos de aprender), pero esto era otro level.

El punto es que no anestesiaron al paciente, y que en sus 2 horas de sutura (desde las 4 hasta las 6 de la mañana) no escuché ningún grito de dolor. Lo único era un "no mami, ya mami" que le decía a la cirujana con voz de borracho chicloso. El tío estaba tan borracho que no le dolió. 

Imagínense el dolor del señor al día siguiente: resaca, sutura y atropellada.


Finalmente, me llamaron para ayudar con el lavado gástrico de una chica había intentado suicidarse, y en el pasadizo vi a un anciano con una bolsa en la mano, esperando que lo atiendan. Luego de limpiarle el estómago salí a tomar aire. "Doctor, doctor, un favorcito. Adentro está mi hija, se había tomado unas pastillas, ¿sabe si está bien?" me preguntó un señor, con una cara de preocupación alucinante, con su esposa y otra chica junto a él. Y esa es una de las cosas que más me gusta de mi carrera. Le expliqué al señor que, por suerte y de casualidad, yo atendí a su hija, y que ya estaba fuera de peligro, mientras la expresión en su cara cambiaba de una tristeza indescriptible a una alegría sublime y una tranquilidad reconfortante. 

Luego regreso al tópico, escucho que preguntan quien quiere hacer un procedimiento, veo que Marcelo me señala y el doctor de turno se acerca a mi; "Vas a cambiar una sonda Foley". "¿Una sonda uretral?" "Si". Asumadre. Me guían a donde el paciente; el mismo viejito que vi en el pasadizo esperando. Lo hago pasar, lo siento en la camilla, le pido que se desvista y demostré la máxima ecuanimidad al ver lo que vi. Si no quieren leer pasen al siguiente párrafo. En el cruce de sus piernas vi un triángulo de carne, gordo, peludo, con un par de testículos colgando, y un tubo del grosor de mi dedo meñique entrando por la punta del mismo.

No había pene. Luego me explicaron que el señor había tenido cáncer de pene. Hice lo que tenía que hacer; saqué el tubo, le unté un gel anestésico a la sonda nueva y la puse en su lugar. El señor se fue feliz.  

4 comentarios:

  1. qué rewarding ser médico :)

    Gran post

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  2. Fue un corte debajo de la boca, debajo de la mandíbula ;)

    Caritow :)

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  3. oye y al paciente del cáncer no te pidieron lavarle antes de hacer el procedimiento?

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  4. mision cumplida, pero tengo mis dudas

    Domenica

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