jueves, 6 de enero de 2011

Casas


Cuando me mudé de la casa en la que vivo actualmente para escapar (principalmente) de mi abuela, encontramos una hermosa casa en Barranco, con un alquiler extrañamente bajo, en la que nos establecimos. Vivimos ahí por masomenos un año para luego regresar a mi domicilio actual. La casa era excelente; grande, con techos y puertas altas, dos jardines, un columpio antiguo y un espacio para hacer parrilla bajo la sombra de un árbol de chirimoyas. En mi cuarto entraban mi cama, mi escritorio, mi batería y los otros 6 miembros de la Pancho Pepe Jazz Band en pleno ensayo. Tenía mi propio baño. Era espectacular.

Quedaba en la Calle Cajamarca -mi calle favorita de toda la vida- a dos casas de Los Reyes Rojos (por lo que los vecinos no se molestaban si ensayaba con Los Chobis), a dos cuadras del Toño y sus pansitos y a pasos de las casas de mis amigos de la infancia (porque viví por ahí desde los 8 hasta los 14). Caminar por esa calle, mirando el piso de mayólicas blancas y rojas intercaladas como un tablero de ajedrez, cubierto de flores naranjas, oyendo los pájaros cantar o el sonido del heladero, trae demasiados recuerdos de mi memoria.

Pero bueno, a lo largo de ese año se malogró una de las termas porque las instalaciones eléctricas no tenían mantenimiento desde hace años, descubrimos el hedor que emanaba de los armarios de la cocina, encontré un montón de desmonte en el techo de la casa (junto con otro montón de encendedores perdidos de los antiguos inquilinos), el falsotecho del pasadizo se llenó de nidos de palomas, que a su vez llenaron la casa de ácaros y plumas, porque la dueña no quería taparlo debidamente, y el piso de la sala empezó a supurar una especie de grasa que manchaba el tapizón que mi mamá mandó poner para tapar las mayólicas viejas.

Punta Sal tiene tres filas de casas. Nuestra casa era al final de la tercera fila; al lado izquierdo vivía un pescador en una casa originalmente blanca con un pórtico lleno de cajas y sogas y redes y maderas cuya pared estaba garabateada con números de teléfono y nombres en lapicero y cuyos interiores eran resguardados por un candadazo resplandeciente; al lado derecho sólo había desierto, maleza, lagartijas, algarrobos, cadáveres de palomas y otras aves y abrojos, unas semillitas redondas con dos espinas en ve que hicieron a todos mentarle la madre a alguien o a algo.

El contrato decía que teníamos 8 metros cúbicos de agua en la cisterna para todo el viaje, y que el resto iba por nuestra cuenta; para nuestra sorpresa, cuando llegamos vimos una piscina de esas cuadradas que se mantienen en pie por estructuras de tubos ya armada y llena hasta menos de la mitad. "Ahí hay tres litros", nos dijo Ángel Escalante. Nos quedaban cinco.

Llegamos pasado el medio día y teníamos mucha hambre; la hornilla grande demoró más de una hora en calentar una olla de agua para hacer fideos. En la noche la comida seguía caliente dentro de la pseudo-refrigeradora (luego de las más de tres horas que demoró el viaje del aeropuerto de Piura a Punta Sal). En la noche del primero de 8 días descubrimos que teníamos que sobrevivir los siguientes 7 días con poca agua, con una cocina que no calentaba y con una refrigeradora que no refrigeraba.

Esa misma noche llovió y no me enteré hasta el fin de nuestra estadía en la casa -el día que regresó Ángel Escalante y conchudamente nos quitó la mitad de la garantía a pesar de sus reiteradas faltas- que Rodrigo se mojó toda la noche por un gotero que había en su cuarto. Días después, el lavadero de uno de los cuartos, que estaba sujetado por dos uñas de metal oxidadas, le cayó en los pies a uno de nosotros cuando se apoyó en él mientras se lavaba los dientes; casi se le malogra el viaje. En ese mismo cuarto había un nido enorme de hormigas rojas aladas que salían en varias caravanas sin fin. Cómo se rompió la tubería con la caída del lavabo, tuvimos que cerrar la llave general del agua hasta que taponeamos ese tubo con una tapa de gaseosa con SoldiMix. Cuando abrimos la llave de nuevo recaímos en la existencia de un zumbido continuo, que era en realidad la bulla del vejestorio de motor de la cisterna que orgullosamente llevaba esta casa como equipamiento de último modelo. En mi cuarto encontramos una tarántula. Luego atrapé una lagartija y nos tomamos fotos como si fuera un tucán o el pajarraco de un pirata. Se la enseñé a la empleada (a quien contratamos interdiario para que deshiciera el desastre continuo) y salto de miedo diciendo que era de un tipo que no recuerdo que mordía y te podía matar. Seguimos jugando con ella. Nunca nos mordió.

Me volví adicto al Risk. Jugábamos Poker casi todos los días. Redescubrí lo maricones que todos pueden ser ante oscuridad y varias historias de terror. Había una señora que pasaba por la playa ofreciendo ceviche a diez lucas que primero probamos, y, ante el hecho de que los catadores sobrevivieron, le volvimos a pedir. Estaba rico. La noche del 31 alguien prendió una de las termas y voló el fusible. El pescador vecino terminó por regalarnos un pedazo de alambre de cobre (a ausencia de plomo) y por prestarnos un alicate, y cambiamos el plomo quemado de la caja de fusibles precariamente instalada parados en sillas de plástico con linternas de kerosene aún con nuestras ropadebaños puestas.

En la fiesta, pasadas las doce de la noche, me di cuenta de que el Año Nuevo es un momento preciso para plantearse nuevas metas, revisar lo que has hecho en el año, hacerte todas las críticas constructivas necesarias, y perfilarte para ser una mejor persona. Me di cuenta de todo esto sentado en la arena cuidando a un amigo que yacía echado durmiendo. Uno de nosotros me dijo: "Voy a dejar de ser tan mierda y prometo nunca más copiarme en un examen”; otro prometió dejar de hablar tantas huevadas. Mientras yo pensaba todas estas cosas, Alejandro Toledo estaba en la pista de baile con Eliane Karp junto a un amigo mío disfrutando de esa canción que dice "Si tú quieres bailar, sopa de caracol ¡EH!". De regreso a la casa no sentí el mismo miedo ni la tierra en la cara que sentí en la ida en mototaxi.

Yo tenía entendido que íbamos a permanecer en esa casa durante todo el viaje, pero resultó que el viaje era de 8 días y la casa la habíamos alquilado por 7 días. Y este fue el momento en el que este viaje pasó de ser un viaje planeado a una mochileada total. Antes de que llegue Ángel Escalante para recoger las llaves terminamos por usar la piscina para lavar los platos. Luego de sentirnos completamente estafados y de reprimir mis ganas de reventarle las llantas, enrumbamos en búsqueda de un hospedaje barato para pasar la última noche. Le dimos casi toda nuestra comida (que no se malogró, felizmente) al pescador vecino, al Señor Olivos, que resultó siendo de gran ayuda, pues se preocupaba por los 14 ineptos que estaban hospedados en la casa del costado.

Luego de caminar como turistas, a la vuelta de una esquina un señor extraño se dirigió a nosotros con, como referencia, un nombre que no correspondía a ninguno de nosotros. Imagínense a un cacique o un jefe de alguna tribu de la selva, así gordito y orgullosamente erguido. Ahora córtenle el pelo chiquito y agréguenle canas, un bluyín, una camisa suelta de tela shipiba, un bastón con un nativo de la selva tallado en el mango y sandalias. Luego me di cuenta de que tenía un cuchillo enfundado enganchado en la espalda, sujetado por su correa, y cuando le pregunté porqué me dijo que era "por motivos espirituales". Supuestamente nos habían recomendado, y después de conversar con nosotros, contarles nuestra Angelical aventura y demostrarle nuestras billeteras livianas, acordamos quedarnos ahí por doce china por cabeza. En el mismo hospedaje me encontré con una gringa de 23 años a la que ayudé a comprar un ron que no la vaya a matar que me dijo que se llamaba Aryan, “like the Aryan race”, que vivía en Utah, y que había venido “with my maan” a Perú porque siempre había querido visitar Sudamérica. Le pregunté si había ido a Máncora y me dijo que era “loco loco”. Comimos hamburguesas de pollo quemaditas y crocantes que rosticé en una parrilla artesanal al ras del suelo que prendí con carbón de inquilinos previos. El dueño del local ofrecía trips de Ayahuasca que obviamente ninguno de nosotros aceptó; además el primo de Marcelo nos había dejado un recado advirtiéndonos sobre eso.

Al día siguiente, la cereza en la torta fue lograr que la aeromosa, luego de un extenuante trabajo en equipo, nos dé una cajita de comida extra.

3 comentarios:

  1. La casa de Barranco a sido lo mejor. (vecina)

    ResponderEliminar
  2. Que tal experiencia ese viaje ! De hecho la sufrieron pero tienen una anécdota para toda la vida. La próxima vez planeen un poco mejor :D

    ResponderEliminar
  3. hay errores de informacion jajaja pero la gran mayoria es CIERTO!! buen viaje!!

    ResponderEliminar

lo que quieras

Google