domingo, 30 de octubre de 2011

Nuestros años felices pt.3

Cuando era chibolo, uno de mis más grandes dilemas repetitivos fue decidir entre Bembos y Burger King. ¿Por qué? Porque Bembos tenía los mejores juegos del mundo -el tobogán del Bembos de Benavides que quedaba frente a Mc Donalds y Burger King era kilométrico- y Burger King tenía, siempre, las mejores sorpresitas.

Yo quería chotear a Timoteo y quedarme sólo con Karina. Mi tía me grababa -en VHS- los capítulos de Nubeluz. Mi mamá quería que me vaya a acostar a las 8, justo a la hora a la que empezaba Pokemón. Jugar pichanga en la mitad de la pista, con dos piedras formando cada arco, era cosa de todos los días. Romper lunas de un pelotazo o pegarle de cazuela a un tío asado que pasaba caminando por ahí también. Hacer carreritas de bicicleta por el parque y la iglesia era básico; no nos preocupábamos por el tráfico o caernos y rasparnos las rodillas o los codos. El primero en aprender a frenar quemando llanta era siempre el más bacán.
Tener un amigo nuevo significaba saber cual era su color, o su dinosaurio, o su Power Ranger favorito; ahora nos interesamos por cosas más profundas. Antes uno adquiría a su nuevo mejor amigo mediante un sencillo acuerdo que podía quedar en el olvido al día o a la semana siguiente; ahora todo es más trascendental.

Halloween era todo un evento; ahora es toda una chupeta. Recuerdo que en esa etapa de tu vida en la que ya no quieres ser niño pasé Halloween con un amigo, y como queríamos dulces nos hicimos parches de cuero y caminamos por el malecón de Barranco a una hora en la que ya no daban caramelos, y regresamos con un par de chupetes y unos cuantos caramelos feos. Pero fue divertido. 

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