miércoles, 22 de septiembre de 2010

Cortázar y Cuento para Andrea

Mi amigo Salem (si, el mismo que escribió Erasure), me sugirió que lea Cortázar. Leí Histórias de cronopios y de famas. Con ustedes un fragmento para que alucinen:


Relojes

Un fama tenía un reloj de pared y todas las semanas le daba cuerda CON GRAN CUIDADO. Pasó un cronopio y al verlo se puso a reír, fue a su casa e inventó el reloj-alcachofa a alcaucil, que de una y otra manera puede y debe decirse.

El reloj alcaucil de este cronopio es un alcaucil de la gran especie, sujeto por el tallo a un agujero de la pared. Las innumerables hojas del alcaucil marcan la hora presente y además todas las horas, de modo que el cronopio no hace más que sacarle una hoja y ya sabe una hora. Como las va sacando de izquierda a derecha, siempre la hoja da la hora justa, y cada día el cronopio empieza a sacar una nueva vuelta de hojas. Al llegar al corazón el tiempo no puede ya medirse, y en la infinita rosa violeta del centro el cronopio encuentra un gran contento, entonces se la come con aceite, vinagre y sal, y pone otro reloj en el agujero.


Luego de leer eso, todo lo que podía hacer era sonreir.

Pero bueno, para mí la línea más sublime de todo el libro es Encendieron cigarrillos y se fueron yendo, unos en piyama y otros más despacio, y luego, cuando Andrea me pidió que le cuente un cuento, salió algo como esto:


Cuento para Andrea

Entonces, en este mundo las personas viven en piyama. Cada vez que nace un bebe, sus padres lo visten inmediatamente en piyamas blancas, y les pegan las mangas de arriba y de abajo a sus muñecas y tobillos con células madre de sus cordones umbilicales. Y viven así, en piyama, hasta el fin de sus vidas.

Unas piyamas bien chéveres las suyas; crecen con ellos, se ensanchan si engordan, se encojen si adelgazan, se limpian solas -porque sino no sería el mundo de las piyamas, sino el mundo de los cochinasos-, y, sobre todo, cambian de color.

Y estos cambios de color no son extemporaneos ni aleatorios; son a drede y especialmente peculiares por una detalle: cambian de color dependiendo de la personalidad del usuario, y de como cambia desde su infancia hasta su madurez adulta.

Se pueden imaginar un mundo donde las personas usan piyama todo el día, y las personas alegres y buenas tienen piyamas de colores alegres y bonitos, y las personas amargadas y malas tienen piyamas de colores amargos y feos. Y no sólo caminan por ahí con sus piyamas de colores, sino se agrupan, se aglomeran, en bloques de colores similares, pues a las personas buenas les gusta estar con más personas buenas, y, en este mundo, ¿qué mejor manera de asegurarse de que estás con quien quieres estar que mirando los colores de sus piyamas?

Ahora, los colores dependen de la personalidad y no del caracter, pues el caracter es hereditario, y mucho más divertido -y útil- es clasificar a las personas por su forma de ser, que por su patrimonio.

Entonces, en un sitio público como una cafetería, puedes ver en la esquina a las piyamas más oscuras planeando sus siguientes fechorias, y a las piyamas más alegres riendo y disfrutando de la vida piyamezca -la naturaleza de su etnia les facilita la vida-. En la cola de la comida todas las personas evitan a la señora que sirve con piyama color caca y prefieren mil veces a la que tiene piyama blanca con puntitos rojos, como la ropa de la negrita del comercial ese de mazamorra.

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